Diosa madre, fertilidad, divinidad femenina; estudio, ensayo, culto, adoración, tierra

Diosa madre, fertilidad, divinidad femenina; estudio, ensayo, culto, adoración, tierra. El tema de la diosa madre es apasionante, porque no solo nos ayuda a entender mitologías y cosas como machismo y feminismo, sino que inclusive sus alcances llegan a definir roles sexuales para las respectivas culturas.

«En la primera época de la cultura agraria, aparecen por todas partes las divinidades femeninas, en las que se adora el secreto de la fertilidad, el ciclo eterno de la sucesión y la extinción. En toda la región mediterránea, en todo el Oriente Próximo, e incluso en la religión india anterior a los arios, se celebran fiestas de diosas de la fertilidad y de la maternidad; todas eclipsadas por la Gran Madre, creadora de toda vida que, aunque ya antes fuera imaginada como una joven, podrá ser festejada en Canaán, casi al mismo tiempo, como «doncella» y «abuela de todos los pueblos».
La diosa madre representa la maternidad, la fertilidad, la creación y la tierra misma.En otros lares esto último es tan cierto que se habla de la madre tierra.Muchas diosas diferentes han representado la maternidad de una forma y otra; otros la han asociado con el nacimiento de la humanidad y otros enfatizan la fertilidad de la tierra misma en su simbología.
 
Para adorarla, los hombres erigen un templo tras otro, la representan de mil formas, en estatuas monumentales, en pequeños ídolos, mayestática, vital, con caderas pronunciadas y vulva sobresaliente, aunque también como una esbelta vampiresa, demoníaca, con grandes ojos y mirada enig­mática. De pie o desde su trono, amamanta al hijo divino, irradia energía y fuerza, el sacrum sexuale. Sentada y abierta de piernas, muestra su sexo (con los otros dioses tendidos a sus pies). 
 
Aprieta sus pechos exhuberantes, bendice, agita símbolos de fertilidad: tallos de azucena, gavillas de cereal o serpientes. Levanta un cuenco del cual fluye el agua de la vida, y los pliegues de su vestido rebosan de frutos.
Tenemos testimonios de ella como diosa principal hacia el 3200 a.C, si bien excavaciones arqueológicas hablan de figuras emblemáticas como la llamada Venus de Willendorf (tallaje que data del 24.000-22.000 antes de nuestra era). La conoce ya la religión sumeria, la más antigua de la que sepamos algo: «en aquel tiempo, ni siquiera se hacía mención de un Padre Absoluto» (10). Su imagen se encuentra en el arca sagrada de Uruk, ciudad mesopotámica cuyos orígenes se remontan a la prehistoria. La adoran en Nínive, Babilonia, Assur y Menfis.

La podemos descubrir también en la forma de la india Mahadevi (gran diosa); la vemos en innumerables matres o matrae —las diosas madres de los celtas, cubiertas de flores, frutos, cuernos de la abundancia o niños— y, no en último lugar, la podemos identificar en Egipto bajo los rasgos de Isis, el modelo casi exacto de la María cristiana. Su aspecto cambia; entra en escena unas veces como madre o como «vir­gen» y «embarazada inmaculada» o como diosa del combate, a caballo y con armas, y, por supuesto, bajo diferentes formas animales, por ejemplo en la figura de un pez, una yegua o una vaca. E igualmente cambian sus nombres. Los súmerios la llaman Inanna, los kurritas Sauska, los asirios Militta, los babi­lonios Istar, los sirios Atargatis, los fenicios Astarté; los escritos del Antiguo Testamento la denominan Asera, Anat o Baalat (la compañera de Baal), los fri­gios Cibeles, los griegos Gaya, Rhea o Afrodita, los romanos Magna Mater.

El emperador Augusto reconstruyó en el Palatino sus templos, destruidos por el fuego, y el propio emperador Juliano abogó por ella. Adorada desde la época prehistórica, su imagen es «el ídolo más antiguo de la humanidad» y la carac­terística más constante de los testimonios arqueológicos en todo el mundo. 
 
La Gran Madre, que aparece en montañas y bosques o junto a ciertas fuentes, cuya fuerza vital y bendiciones se sienten de año en año, es la guardiana del mundo vegetal, de la tierra fructífera, la idea misma de la belleza, del amor sensual, de la sexualidad desbordante, señora también de los animales. Los más sagrados son, para ella, las palomas, los peces y las serpientes: la paloma es una antigua imagen de la vida, probablemente ya en el Neolítico; el pez, un típico símbolo del pene y la fertilidad; y la serpiente, a causa de su similitud con el falo, también es un animal sexual, que expresa la generación y la fuerza. (En el cristianismo, tan dado a invertir valores, la paloma representar al Espíritu Santo, el pez se convertirá en el símbolo de la eucaristía —la palabra griega «ichthys» forma un anagrama del nombre «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador» [Jesús Christos Theou Hyios Soter]—; y la serpiente personificará lo negativo desde el primer libro de la Biblia, siendo rebajada a símbolo del Mal, que se desli­zará furtivamente junto a los zócalos o entre las columnas de las iglesias medievales) (11).

La Gran Madre, sin embargo, no está ligada sólo con la tierra, con lo telúrico. Su destello se extiende —ya entre los sumerios— «por la ladera del Cielo» es «Señora del Cielo» diosa de la estrella Istar, la Estrella de la Mañana y el Atardecer, con la que es identificada hacia el 2000 a.C.; es Belti, como también la denominan los babilonios, es decir, literalmente, «Nuestra Señora»; es, según Apuleyo, «señora y madre de todas las cosas» la santa, clemente y misericordiosa, la virgen, una diosa que, sin quedar embarazada, da a luz. Y, de acuerdo con los testimonios más antiguos, accede al Mundo Inferior, donde toda vida terrena se extingue, hasta que la rescata de nuevo el dios Ea, señor, entre los sumerios y los babilonios, de las profundidades marinas y de las fuentes que brotan de ellas.
 
La Gran Madre es amada, ensalzada y cortejada, los himnos dedicados a ella recuerdan los salmos del Antiguo Testamento, a los que no son inferiores ni en belleza ni en intimidad. En la mitología griega, ella es la Magna Mater Deorum, la madre de Zeus, Poseidón y Hades; por tanto la «reina de todos los dioses» «la base sobre la que se asienta el estado divino» (12). En sus variantes hindúes, se llama Urna, Annapurna («la de pingües alimentos») o también Kali (la «negra») o Cani (la «salvaje»). Así pues, muestra, tanto en el panteón mediterráneo como en el del Oriente Próximo o el hindú, una especie de doble rostro, teniendo, junto a su esencia creadora y protectora de la vida, otra bélica, cruel, aniquiladora: lo que también se repite en María (infra).
 
La «madre feraz» se convierte en «madre feroz» en especial entre los asirios, por supuesto en Esparta, como diosa de la guerra, y en la India, como «la Oscura, tiempo que todo lo devora, señora de los osarios, coronada de huesos». «Las cabezas de tus hijos recién fallecidos penden de tu cuello como un collar» canta un poeta hindú. «Tu figura es hermosa como las nubes de lluvia, tus pies están completamente ensangrentados» (13). Refleja el círculo de la vida natural, pero sobre todo las fuerzas generativas. Pues, de la misma manera que destruye, crea de nuevo; allí donde mata, devuelve la vida: Noche y Día, Nacimiento y Muerte, Surgir y Perecer, los horrores de la vida y sus alegrías proceden de las mismas fuentes, todos los seres surgen del seno de la Gran Madre y a él regresan».[5]
 
Diosa madre , cualquiera de una variedad de deidades femeninas y símbolos maternos de creatividad, nacimiento, fertilidad, unión sexual, nutrición y el ciclo de crecimiento. El término también se ha aplicado a figuras tan diversas como las llamadas Venus de la Edad de Piedra y la Virgen María. Debido a que la maternidad es una de las realidades humanas universales, no existe una cultura que no haya empleado algún simbolismo materno para representar sus deidades. Debido a las amplias variaciones con respecto a las figuras maternas, existe una necesidad apremiante, pero aún no satisfecha, de una tipología más compleja y útil de diosas madres y motivos maternos basada en el significado, el simbolismo y la función. Las diosas madre, como un tipo específico, deben distinguirse de las Madre Tierra, con la cual a menudo se han confundido. 
 
A diferencia de la diosa madre, que es una fuente específica de vitalidad y que debe someterse periódicamente al coito, la Madre Tierra es una figura cosmogónica, la fuente eternamente fructífera de todo. En contraste, las diosas madres son individuales, poseen distintos caracteres, son jóvenes, no son cosmogónicas y son altamente sexuales. Aunque el macho juega un papel relativamente menos importante, siendo frecuentemente reducido a un mero fecundador, las diosas madre son generalmente parte de una pareja divina, y su mitología narra las vicisitudes de la diosa y su consorte (frecuentemente humano). Los momentos esenciales en el mito de la mayoría de las diosas madres son su desaparición y reaparición y la celebración de su matrimonio divino. Su desaparición tiene implicaciones cósmicas . La decadencia de la sexualidad y el crecimiento. Su reaparición, la elección de un compañero masculino, y el coito con él restauran y garantizan la fertilidad , después de lo cual el consorte masculino frecuentemente se descarta o se envía al inframundo para ser reemplazado el próximo año (esto ha llevado a la postulación errónea de una deidad que se está muriendo). La otra forma principal de la diosa madre enfatiza su maternidad. Ella es la protectora y nutridora de un niño divino y, por extensión, de toda la humanidad. Esta forma ocurre con mayor frecuencia en la iconografía: una figura de pechos plenos (o muchos pechos) que sostiene a un niño en sus brazos, como en el mito.
Notas. (10) Vid. E. Bergmann, Erkenntnisgeist und Muttergeist, 1933, p. 171. Para lo anterior: F. Heiler, op. cit., pp. 39 y ss. (11) En sellos asirio-babilónicos se pueden ver peces unidos a un rombo que representan la vulva. La Atargatis siria tiene peces sagrados en el recinto de su templo (vid. F. Herrmann, op. cit., p. 245). También: G. Grupp, Kulturgeschichte des Mittelalters, 6 vols., 1907-25; y K.-H. Deschner, Abermals krahte der Hahn, 1966. (12) H. Licht, Sittengeschichte Griechenlands, 1960, p. 154. (13) Vid. S. de Beauvoir, Das andere Geschiecht, 1968, p. 159. [5] Tomado de Deschner, Karlheinz. Historia Sexual del Cristianismo. Editorial Yalde, 1993.

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