Maria Walewska, biografia; Napoleón, condesa, historia, hijo

Maria Walewska, biografia; Napoleón, condesa, historia, hijo, vida, quien fue, que hizo.
Maria Walewska, (nacida Łączyńska; 7 Diciembre 1786, Kiernozia, Polonia – 11 Diciembre 1817, Paris ) era hija del conde Mathieu Laczynski (quien murió antes de que ella naciera) y Eva Zaborowska (o Zaborowski, una familia acaudalada). Tuvo seis hermanos: Benedykt Jozef, Hieronim, Teodor, Honorata, Katarzyna and Urszula-Teresa. Nicolás Chopin (padre del Chopin famoso en el mundo de la música) sería uno de sus tutores.

¿Cómo fue la infancia de María Walewska? Muy feliz aunque bastante solitaria; teniendo 8 años la insurrección de su país contra los rusos fue aplastada, de ahí que su animadversión contra ellos fuera notable.Cerca a cumplir los 14 años de edad María ingresa al convento Nuestra señora de la Asunción, en Varsovia, donde las jóvenes de buena familia iban a culminar su educación, destacándose por su inteligencia y belleza. 
En 1805 se casó con Athenasius Conde de Colonna-Walewski, un rico terrateniente cuatro veces mayor que su esposa (era como si estuviese casada con su padre por decirlo de alguna forma; el señor tenía casi 70 años). De su esposo en 1805 tuvo un hijo, Antoni Rudolf Bazyli Colonna-Walewski; aunque no falta quien diga que en realidad es un hijo ilegítimo tenido por Maria Walewska antes de su matrimonio con el conde. 
Conoció por primera vez a Napoleón en 1806 (en otoño de ese año Napoleón había ocupado el territorio polaco) en Błonie o en Jabłonna. Posteriormente se encontrarían en un baile en territorio polaco, organizado por el conde Stanislaw Potocki; el ilustre corso quiso tener amoríos con ella a los que inicialmente se resistía, pero, presuntamente por motivaciones patrióticas accedió a los requiebros amorosos de este.( Se dice que los aristócratas polacos la presionaron para que mediara con Napoleón, buscando que este apoyara a Polonia en su lucha por la independencia de Prusia, el imperio Austro-húngaro y el mismo impero ruso. Inclusive su esposo había dado consentimiento para esta acción.).Waleska visitaba al emperador en las noches y salía de sus aposentos en la mañana


Como amante de Napoleón (dos años después) concibió un hijo del Emperador, así jamás haya sido reconocido legalmente, de nombre Alejandro (Alexandre) José Colonna, el conde Walewski (Mayo 4 de 1810-octubre 27 de 1868), más adelante un distinguido estadista francés (sería ministro de relaciones exteriores de Napoleón III).Durante 1810 Maria Walewska se instaló en una residencia palaciega (se le decía "la esposa polaca") de la rue de Montmorency y se le asignó una renta de 120.000 francos, así como un permiso para ingresar en todos los museos imperiales. No obstante los amoríos entre Napoleón y la Walewska terminaron, pues aquel pretendía separarse de Josefina y casarse con la duquesa de Parma...y una amante tan notoria sería algo incómodo de manejar.El futuro de su antigua amante y de su hijo, quedaría asegurado con un predio asignado en Nápoles (en realidad eran cerca de 60 granjas, que les reportaría unos 170.000 francos de lucro al año.Irónicamente esta situación de mujeres abandonadas por Napoleón acercaría a Josefina y a María, volviéndolas amigas. 
En 1812 María Walewska se divorció de su esposo; para facilitarlo, su hermano Benedykt Jozef declaró haberla obligado a contraer nupcias. En septiembre de 1816 contrajo nupcias con el Conde Philippe Antoine d'Ornano, un pariente (primo) lejano de Napoleón; un año más tarde fallecería al dar a luz a su tercer hijo, Rodolfo Augusto, el 11 de diciembre de 1817 (en realidad duraría unos días más y su fallecimiento pudo deberse a una complicación renal, tal vez cálculos renales o inclusive una toxemia aguda)Eran las 7 de la noche cuando su corazón dejó de latir. Tenía 31 años y 4 días.

Juzgarla moralmente de acuerdo a la óptica judeocristiana sería una locura, debido a sus amores con Napoleón, siendo casada; ¿Cómo lo habrá asumido el anciano esposo de ella? ¿Y su familia? ¿Qué habrá pasado con su primer hijo? ¿Por qué nunca fue reconocido legalmente por Napoleón el hijo de ambos? ¿Por qué no se le permitió, como ella deseaba, terminar sus días al lado del ilustre Corso?
Son preguntas que temporalmente no tienen respuesta, todas ellas atinentes a la amante insigne de Napoleón, la condesa Walewska.
Para rematar esta biografía cito textualmente unos apartes sobre esta mujer cautivante: “María Walewska fue la menos bonita, pero la más sensible, fiel y apasionada de las amantes de Napoleón. Su padre había sido un valeroso noble polaco, que murió cuando María era niña como consecuencia de las heridas recibidas en Maciejowice, la batalla en que los polacos, armados con hoces y hachas, intentaron vanamente evitar la destrucción de su independencia nacional. María pasó la infancia con su madre y cinco hermanos en Kiernozia, «una gris residencia poblada por murciélagos» entre propiedades hipotecadas. Después de recibir lecciones en el hogar de Nicolás Chopin, padre de Federico, asistió a una escuela conventual y fue expulsada a causa de su «manía por la política». Poco después recibió una propuesta matrimonial del conde Anastase Walewski, un acaudalado gobernador regional. Su madre la apremió a que aceptara, como un modo de salvar de la ruina a la familia, y María sacrificó sus sueños de amor —ya que era una empedernida soñadora—, y contrajo matrimonio con un hombre[1] cuarenta y nueve años mayor que ella.
En su luna de miel, María se sintió profundamente conmovida por la ejecución, en la Capilla Sixtina, del Miserere de Gregorio Allegri. … El día de Año Nuevo de 1807, Napoleón pasó cerca de Kiernozia, de camino a Varsovia. María ya tenía retratos de Napoleón colgados de sus paredes, entre sus héroes polacos, ya que, en efecto, Napoleón estaba combatiendo a los destructores de Polonia, es decir, Rusia y Prusia. Fue a recibirlo ataviada con prendas de campesina, y cuando pasó el carruaje le entregó un ramillete de flores. «Bienvenido, Sire, mil veces bienvenido a nuestro país... Polonia entera se siente abrumada de sentir vuestro paso sobre su suelo.» Cuando el cochero fustigó a los caballos. Napoleón se volvió hacia Duroc: «Esta niña es perfectamente encantadora..., exquisita.»[2] Napoleón se encontró nuevamente con la niña en un baile celebrado en Varsovia. Él tenía treinta y siete años, María veinte. Napoleón se sintió atraído por los bucles rubios, los ojos azules muy separados, el entusiasmo juvenil[3]. Después del baile envió una nota: «Tuve ojos sólo para usted. Sólo a usted admiré. Sólo a usted deseo[4].» Los dignatarios polacos, deseosos de estrechar las relaciones de Napoleón con Polonia, observaron con aprobación el asunto e incluso alentaron a María. Ella recibiría un extraño documento firmado por los miembros del gobierno provisional de Varsovia que citaba un pasaje de Fénelon acerca de la influencia bienhechora de las mujeres en la vida pública y exhortaba a María a imitar a Esther, que se había entregado a Asuero.
El escenario estaba dispuesto; María fue al palacio[5]. De acuerdo con sus Memorias, escritas en la culminación del romanticismo, Napoleón hizo una terrible escena, y con una «expresión salvaje» arrojó violentamente al suelo su reloj, mientras exclamaba: «Si usted insiste en negarme su amor, convertiré en polvo a su pueblo, como hago con este reloj bajo mi bota.» Sólo entonces, y porque estaba «medio desmayada», María cedió. Quizás así fue, pues Napoleón podía impacientarse cuando se trataba de hacer el amor, del mismo modo que se mostraba impaciente en todo; pero es dudoso que llegara a amenazar al pueblo polaco, pues ya tenía el firme propósito de devolverles la nación, y la propia María había decidido recorrer por segunda vez el camino del valor.[6]
Napoleón amó a María no sólo como un hombre de mediana edad ama a una joven, sino como un libertador ama a una valiente patriota. «La pequeña patriota», llamaba Napoleón a María, y su primera carta después del retorno a París empieza así: «Tú, que tan profundamente amas a tu país.» Se diría que Napoleón entreveía su propia personalidad de corso joven en esa muchacha de veinte años que soñaba con la libertad polaca. Mientras María le hablaba de los héroes polacos —Mieszko, que había aplastado a los alemanes, y Jagiello, a quien el propio Napoleón admiraba— él le hablaba con aprobación del ensayo de Rousseau Reflexiones acerca del gobierno de Polonia, donde el autor del Contrato Social proponía una constitución basada en los derechos del hombre.
… Aunque Talleyrand le advirtió que Polonia no valía una sola gota de sangre francesa, Napoleón prometió a María el renacimiento de su patria. Cumplió su palabra en Tilsit, en julio de 1807, cuando fundó el Gran Ducado de Varsovia.
Napoleón no pudo olvidar a María[7]. El honor y el republicanismo se combinaron con la pasión, y de este modo tuvo lugar una de las relaciones importantes de su vida. De regreso en París[8] escribió: «Tu recuerdo está siempre en mi corazón y tu nombre a menudo acude a mis labios.» En 1810 María le dio un hijo, Alexandre, y llevó al niño de visita a París. Napoleón, complacido porque al fin era padre, se preocupó y se dedicó mucho a su hijo, e insistió en que lo llevasen a pasear todos los días, con lluvia o con buen tiempo. Visitaba a María cuando los acontecimientos lo acercaban a Varsovia, y María se mantuvo fiel a Napoleón incluso en la adversidad”.
Es menester decir que por aquel entonces, se establece una afectuosa simpatía entre las dos mujeres que ha amado Napoleón. Josefina y María Walewska. En torno de las dos mujeres juega el hijo del hombre que las amó y las abandonó a ambas, para que una chiquilla de los Habsburgos inmortalizase su nombre, ya desde hace tiempo inmortal.
1814. “Aquel verano Napoleón recibió una carta de la mujer del relicario, María Walewska, para preguntarle si podía visitarlo. Su esposo había fallecido, y ella formuló como pretexto la necesidad de arreglar su propio futuro y el de su hijo. Napoleón aceptó. Pero la visita debía ser secreta.
La noche del 1 de septiembre un bergantín proveniente de Nápoles desembarcó a cuatro pasajeros en el extremo de la bahía de Portoferraio. Los recibió el general Bertrand y los llevó en el carruaje de Napoleón hasta el sector más agreste de Elba, las montañas occidentales. Tuvieron que pasar a caballos de silla y trepar por empinados senderos; finalmente llegaron a una remota ermita de cuatro habitaciones, construida sobre uno de los picos más altos, el monte Giove. «Bienvenidos a mi palacio», dijo Napoleón. María, que tenía veintisiete años, usaba un velo de tul. La acompañaban su hermana, su hermano, el coronel Theodor Laczinski y Alejandro, de cuatro años, con su uniforme en miniatura.
Napoleón y los polacos durmieron en la ermita. Él y María ocuparon cuartos separados. A la mañana siguiente, Napoleón salió a dar un paseo con María sobre las laderas cubiertas de pinos. Él sostenía la mano de la joven y llevaba por los hombros a Alejandro. María le comunicó sus noticias. Después de la abdicación, ella había ido a Fontainebleau; ¿por qué no le había permitido verlo? Napoleón se llevó un dedo a la frente.
«Tenía tantas cosas aquí...».
Napoleón se sintió muy complacido con Alejandro. El niño tenía rizos rubios, y se parecía al rey de Roma. Napoleón jugó al vigilante y al ladrón y rodó sobre la hierba con él. Le agradaba provocar a los niños, y por lo que sabemos también creía firmemente que el cielo se conmovía con la inocencia de los pequeños. De modo que le dijo al niño: «Un pajarito me dice que nunca mencionas mi nombre en tus plegarias.» «Es verdad —replicó Alejandro—. No digo Napoleón, digo Papá emperador Napoleón rió y dijo a María: «Este niño tendrá éxito en el trato social. Posee ingenio».
Esa noche todos se sentían muy contentos. Los hermanos de María entonaron canciones polacas y comenzaron a bailar una krakoviak. María incorporó a Napoleón al círculo de los bailarines, y todos rieron a coro cuando él intentó seguir el ritmo de la danza veloz y complicada.
María, que ahora era libre, deseaba permanecer en Elba. «Permíteme ocupar una casita por aquí —rogó—. Lejos del pueblo, lejos de ti, pero así podré venir de vez en cuando, cuando me necesites.» En los tiempos del Imperio, Napoleón podía haber tenido una amante. Pero ahora, explicó a María, eso era imposible. No porque esperase a María Luisa —no tenía noticias de ella desde hacía meses—, sino porque «esta isla no es más que una gran aldea». Napoleón distinguía claramente entre una relación que no perjudicaba a nadie, y un vínculo público que escandalizaría a «sus hijos», como llamaba a los nativos de Elba.
El idilio entre las nubes fue breve. En la tarde del segundo día Napoleón se despidió de María con el mismo secreto con que la había recibido. …En medio de la tormenta subió a su bergantín y partió para Nápoles, donde Napoleón había reservado propiedades para el hijo de María. Con respecto a los habitantes de Elba, algunos habían entrevisto a una dama rubia de ojos azules y al hijo uniformado; sin duda, el soberano había recibido una visita que preparaba la de la emperatriz y el rey de Roma, y éstos sin duda vendrían a reunirse definitivamente con Napoleón”.
Cuando haya de partir Napoleón hacia el exilio… … “Napoleón estuvo cinco días en Malmaison. María Walewska llegó con su hijo para despedirse, y rogó que él le permitiera seguirlo al exilio. «Veremos», contestó Napoleón”.[9] 
Maria Walewska, biografia; Napoleón, condesa, historia, hijo

[1] Como sería que su nieta más joven tenía diez años más que su esposa. 
[2] Según el relato de la condesa, el asunto fue así: « Como éramos dos mujeres solas, sin un hombre para protegernos, fuimos apretujadas, empujadas y hasta sofocadas. En esta situación desesperada y peligrosa, temí no ver el triunfo que tanto me interesaba. Fue en ese momento cuando oímos el ruido de su carroza y las aclamaciones de la muchedumbre venida para acogerle. Aprovechando un instante de silencio, lancé un grito de desamparo a un oficial francés de alto rango ante el cual la turba se hizo a un lado. Tendí el brazo hacia él y le grité en francés con una voz suplicante: “¡Ah Señor, ayudadme a apartarme de aquí y dejadme verle, aunque sea un instante!” Me vio y, sonriendo, tomó mi mano y mi brazo. Para mi gran sorpresa, me condujo a la mismísima puerta de la carroza del Emperador. El Emperador estaba sentado junto a la ventana y este galante oficial nos presentó diciendo: “Mirad, Sire, esta bella dama se enfrentó a los peligros de la muchedumbre por vos.” Napoleón se agachó y levantó su sombrero diciendo palabras que, en mi emoción, no comprendí. Logré articular, con una voz entrecortada: “Sed bienvenido, mil veces bienvenido a nuestro país. Nunca podremos expresar con bastante fuerza toda la admiración que sentimos por vos así como nuestra dicha de veros en la tierra de nuestros padres. Esperábamos que vinieseis a salvarnos.”» 
[3] “una doncella dulce y rubia,…, de mirada suave, graciosa, más bien baja que alta, distinguida, pero sin coquetería, y vestida más sencillamente que la mayoría. El Emperador la invita a bailar una contradanza, elogia su gracia y el timbre de su voz, encuentra encantador su francés defectuoso, y en tanto ella sonríe confusa, su nombre, que Napoleón apenas recuerda, rueda de boca en boca …” 
[4] Déme pronto una respuesta que calme el impaciente ardor de N… Y hubo una segunda esquela del Emperador dirigido a María Walewska: “¿La he desagraviado, señora? ¡Y yo esperaba lo contrario! ¿Me he equivocado? Mi pasión crece a medida que su solicitud disminuye. ¡Me roba usted el reposo! ¡Ah, dé usted un poco de alegría y de felicidad a un pobre corazón dispuesto a adorarla! ¿Es tan difícil obtener una respuesta? Dos me debe usted ya. N”. Pero hubo una tercera carta de Napoleón a la condesa: “Hay momentos en la vida en que una posición demasiado elevada pesa como una carga, y es lo que siento yo ahora. ¡Ah, si usted quisiera!... Sólo usted puede apartar los obstáculos que nos separan. Mi amigo Duroc le facilitará los medios. ¡Oh, venga, venga! Todos sus deseos serán cumplidos. Cuando tenga usted piedad de mi pobre corazón, su patria me será más querida. N” 
[5] La primera entrevista dura tres horas, transcurridas por completo en lágrimas. El la consuela dulcemente, y ella se admira de encontrar tan tierno al hombre de hierro que temía. “María, mi dulce María, mi primer pensamiento es para ti, mi primer deseo es el de volverte a ver…-le escribe al día siguiente.- Espero, según me dicen, verte en la cena. Te ruego aceptes el ramo que te envío; que él sea un lazo misterioso que establezca una relación secreta entre nosotros, en medio de la muchedumbre que nos rodea. Así, aunque expuestos a las miradas de la multitud, podremos entendernos. Cuando mi mano oprima su corazón, sabrás que sólo de ti se ocupa; y, en respuesta, tú llevarás la mano a tu ramo. Ámame, encantadora María, que tu mano no abandone el ramo. N.” Al cabo de tres días ya ha sido suya, y desde entonces va a verlo todas las tardes. El se empeña además, en que ella asista a todas las fiestas. ¿Qué es ella para él? El único ser en el mundo, después de su madre, que no le pide nada. Jamás ha conocido a una mujer que no haya esperado de él todos los tesoros de la tierra…Esta, en cambio, no quiere nada y lo da todo; la Condesa Walewska es la tierna compañera que esperaba su alma impetuosa. 
[6] Cuando se pone de nuevo en campaña, ella lo sigue. En Finkenstein, sólido fuerte prusiano, Napoleón arma su cuartel general y junto a su habitación la de María; la condesa solo sale de noche. Leyendo y bordando, espera pacientemente que se abra la puerta. Cuando están juntos, solo a ella pertenece Napoleón; dos veces al día hacen sus comidas los dos solos. En estas dos habitaciones, en el retiro de aquel palacio improvisado, el Emperador ha construido cuidadosamente el nido de su ensueño. Allí terminan las reivindicaciones dinásticas, los celos, las cuentas…” Sé-le dice él- que puedes vivir sin mí…Sé que tu corazón no es mío, pero eres buena y dulce…”. “…Pero en tanto que para los demás soy un roble, me gusta volver a ser una bellota para ti sola…” 
[7] Por si los olvidos ella le había dado una sortija con la siguiente inscripción: “Si dejas de amarme, no olvides que yo te amo”. 
[8] En alguna etapa de esos años efectivamente la llevó a París y la instaló en la misma calle en que antaño viviera Josefina y donde, por una especie de superstición, suele alojar a sus amantes. Proporciona a la condesa Walewska un gran tren de vida y diariamente le envía un médico. La condesa vive aislada, aunque la sociedad está enterada de su presencia…Cuando tome la decisión de separarse de Josefina, pensará en primera instancia en coronar a su amante polaca…, “Pero siempre subordinado a mi política, que quiere que me case con una princesa…”Es cuando decide el matrimonio con la archiduquesa María Luisa.
La familia Walewska tiene descendientes en Noruega en el presente.
[9] Bibliografia consultada: Cardona Castro Francisco Luis (director de la obra). Napoleón. Colección grandes biografías. Edimat Libros. ISBN: 84-8403-871-8. Cronin Vincent. Napoleón Bonaparte, una biografía íntima. Ediciones B, S.A., 2003 para el sello Javier Vergara Editor Bailen, 84 - 08009 Barcelona (España). Emil Ludwing. Napoleón. Editorial Juventud, S.A., Barcelona, 1929.
Leer también: Josefina de Beauharnais

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