David Hume-Biografia-historia-pensamiento

David Hume fue un filósofo empirista escocés, historiador, economista y ensayista, máximo representante de la Ilustración inglesa, del escepticismo y del empirismo británico, y uno de los pensadores de mayor influencia en la filosofía posterior del mundo occidental. A lo largo de su vida David Hume nunca se casaría.

Vida


Nació en Edimburgo (Escocia) el 26 de abril de 1711 (en otros sistemas, 7 de mayo), y estudió en la universidad de esta misma ciudad, más interesado por la literatura y la historia que por la abogacía, profesión a la que quiso dedicarle su familia[1]. Originalmente su apellido se escribía Home, siendo hijo de Joseph Home de Chirnside y de Katherine Falconer. Solo hasta 1734 se cambiaría el apellido, no por vergüenza con su padre sino por las dificultades para pronunciación.

Tras un intento frustrado de emplearse en un comercio en Bristol, a los 18 años decide marchar a Francia para dedicarse a los estudios literarios y filosóficos, creyendo que debía dar un cambio radical a su vida. Durante los años que David Hume pasó en Francia, primero en Reims y luego en La Flèche (1734-1737)[2], escribió el Tratado sobre la naturaleza humana[3], publicado en dos volúmenes (1739), que pasó totalmente inadvertido, y que, según su misma opinión, fue una obra prematura que «salió muerta de las prensas».

En 1740 David Hume intentó publicar una recensión de este libro que acabó siendo un Compendio del mismo, publicado con el título de Abstract. Refundió luego la primera parte del Tratado, publicándola con el título de Investigación sobre el entendimiento humano (1751)[4], así como la tercera con el título de Investigación sobre los principios de la moral (1752). Ninguna de estas obras le dio la fama literaria que ansiaba, que sólo comenzó a llegar con la publicación de sus Discursos políticos (1752). Nombrado bibliotecario de la facultad de derecho de Edimburgo, comenzó a publicar una Historia de Inglaterra (1754) que suscitó polémica y que, según su propio autor, resultó un éxito rentable.

David Hume viajó a París (1763-1766) como secretario privado de Lord Hertford, embajador en Francia. Regresó de Francia con su amigo Jean-Jacques Rousseau, cuya obra Emilio le causaba problemas. Ocupó el cargo de subsecretario de Estado (1767-1768) y se retiró finalmente a Edimburgo, donde murió de cáncer (Agosto 25 de 1776, posiblemente de hígado o de intestino), aceptando su enfermedad con un sentido totalmente epicúreo de la vida.No creía posible que hubiera vida después de la muerte.

En su autobiografía, editada por su amigo Adam Smith, se definió David Hume como hombre de disposición cordial, con sentido del humor, jovial y social, cuyo carácter no lograron agriar los reveses de fortuna contra su deseo de fama literaria. Sus Diálogos sobre religión natural[5], obra considerada clásica en filosofía de la religión, escritos hacia 1752, se publicaron póstumamente en 1779.

Según dice en su Tratado sobre la naturaleza humana, que lleva el subtítulo de Intento de introducir el método experimental de razonamiento en los asuntos morales, Hume quiso llevar a cabo, en el mundo moral humano, lo que Newton había hecho con el mundo físico (investigación basada en la observación y experimentación). Pretendió, por tanto, investigar la capacidad del entendimiento humano con métodos diametralmente opuestos a los del racionalismo, y partiendo de la base de que el conocimiento humano no se basa en verdades innatas y a priori, sino en un conjunto de creencias básicas, o suposiciones sobre el mundo exterior, -las relaciones entre los hechos-, que son a modo de «un instinto natural, que ningún razonamiento o proceso de pensamiento puede producir o impedir». De modo que «no es, por lo tanto, la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre», en el bien entendido de que las creencias surgen de la costumbre. Los materiales básicos (los «átomos» de la mente) de que se nutre el conocimiento son percepciones de la mente. Estas percepciones son impresiones, si son sensaciones o sentimientos (por ejemplo, oír, ver, sentir, amar, odiar, desear, querer), y son percepciones vivaces e intensas; o son ideas, si son recuerdos o imaginaciones de sensaciones. Las ideas son siempre débiles y oscuras, y son copias de las impresiones, mientras que éstas, afirma Hume, provienen de causas desconocidas. Las palabras, a su vez, representan a las ideas, por lo que, para saber si una palabra tiene significado, hay que averiguar cuál es la idea que representa, y se conoce la idea averiguando la impresión de donde procede.

Este principio, que suele llamarse el microscopio de Hume, lo aplicará Hume cuidadosamente al análisis de palabras tales como sustancia, causa, libertad, y otras, que suelen considerarse palabras clave de la filosofía tradicional. Por consiguiente, el origen de las ideas es la sensación, interna o externa. Ahora bien, las ideas se entrelazan espontáneamente entre sí, constituyendo un mundo ordenado. Desde Platón insisten los filósofos en que pensar es ordenar ideas. Las leyes por las que se asocian las ideas en la mente son la semejanza, la contigüidad en el espacio o en el tiempo, y la relación de causa y efecto. A esta asociación o relación, por su importancia en la ciencia de la naturaleza, dedicará Hume un análisis especial. Toda idea deriva, por tanto, de una impresión y, por lo mismo, no hay ideas innatas. Pero sí que la mente posee cierta tendencia natural a la asociación de ideas, cuyo resultado principal es la constitución de ideas complejas. La idea de sustancia es, por ejemplo, una idea compuesta por asociación: no se deriva de ninguna impresión, interna o externa; no es más que «la colección de ideas simples unidas por la imaginación», que atribuye el conjunto de características a algo desconocido, como si fuera su soporte permanente. ¿Mediante qué sentido se capta la sustancia de una manzana? ¿Con los ojos, con los oídos, con el paladar? Toda idea abstracta no es más que una idea particular, a la que corresponde, por tanto, una impresión; asignando un nombre distinto a esta impresión, la hacemos capaz de representar a todas las ideas que mantienen cierta semejanza entre sí. La idea general de «hombre» es la idea particular de «Pablo», por ejemplo, a la que, cambiándole el nombre, le damos el significado de representar a «Julián», «María», «Ana», etc.
El hombre, además de percibir, razona, o construye frases. Así, si se considera las diversas proposiciones con las que la mente expresa la verdad, vemos que hay dos clases: aquellas cuya verdad consiste en relaciones de ideas y aquellas cuya verdad es una cuestión de hecho. Estas dos clases de verdades constituyen la denominada «horquilla» de Hume; toda proposición o es necesaria o contingente (analítica o sintética, en la expresión de Kant). Hay cosas que son verdad en virtud de las mismas ideas que pensamos y de éstas hay verdadero conocimiento o ciencia, que se obtiene por intuición o demostración. Es el mundo de la verdad matemática o lógica. En cambio, en todo cuanto se refiere a la existencia de objetos, a las cuestiones de hecho, no hay posibilidad de ningún conocimiento demostrativo: todo cuanto sabemos, lo sabemos por observación directa, cuando nos atenemos a los hechos, o por inferencia inductiva, cuando vamos más allá de los hechos. La inferencia que nos lleva más allá de lo directamente observado se basa en el principio de causalidad, y él mismo es una cuestión de hecho que sólo llegamos a conocer por experiencia. Todo lo que se afirma por el principio de causalidad, o por una relación entre causa y efecto, puede no suceder, por lo tanto no es un saber demostrativo, sino inductivo. Todo razonamiento sobre la experiencia, dice Hume, se basa en la suposición de que la naturaleza transcurre de un modo uniforme. Pero este supuesto no tiene ninguna base racional (no se funda en una demostración); se funda en una mera creencia, que se debe a la observación de una conjunción constante de los hechos en la experiencia. A la idea de «causa», que aplicamos a hechos de los que decimos «A es causa de B» no corresponde ninguna otra impresión sensible que la presencia contigua en el espacio y sucesiva en el tiempo de A (causa) y B (efecto). Pero, en realidad, a la idea de causa atribuimos otra característica que es la de conexión constante entre A y B. Esta idea no corresponde a ninguna impresión sensible, es sólo fruto de la asociación de ideas debida a la costumbre o hábito de observar que «siempre que A, entonces B», o bien de que «no se produce B, si no existe previamente A». Tenemos por costumbre asociar lo que hemos observado que se produce repetidamente, y traducimos la asociación como una conexión necesaria. A esta conexión necesaria debería corresponder alguna impresión externa o interna: externamente, no hay nada más que la conjunción de A y B; internamente, no hay nada más que la inclinación, que produce la costumbre, de pasar de un hecho a otro que normalmente le acompaña. La «necesidad» es meramente mental, no está en las cosas, ni en la naturaleza, «pertenece por entero al alma». Si se añade que, poniendo la confianza en el principio de causalidad, creemos que lo que ha sucedido en el pasado sucederá igualmente en el futuro, entonces es preciso que nos demos cuenta de haber argumentado dentro de un círculo vicioso, o con un argumento circular: sólo podemos suponer, esto es, dar por supuesto, y no probar, que el futuro será semejante al pasado; o bien, todo lo que sabemos del futuro lo sabemos por experiencia, por argumentos que son sólo probables y, por tanto, no demostrativos. Esta crítica de Hume al principio de causalidad opone directamente Hume no sólo a Descartes y a los racionalistas en general, sino al mismo Locke y a los supuestos de la física de Newton. Por un lado, según el empirismo de Hume, el conocimiento de la naturaleza no es demostrativamente cierto, como lo es en el racionalismo, pero, por el otro, sabemos que la ciencia de la naturaleza se basa en la observación y la inferencia inductiva, la cual, por definición, sólo ofrece un conocimiento probable. Y así nace, históricamente, el llamado problema de la inducción, que ha de tener repercusiones directas en la teoría de la ciencia.Cuando se dice, por ejemplo, que «los metales funden a temperaturas determinadas», ley de la naturaleza que se expresa mediante una generalización, no se quiere indicar que exista una relación necesaria o causal entre determinadas temperaturas y los puntos de fusión de los diversos metales, debidas a cosas no observables, sino que entre un fenómeno y otro, existe una conjunción constante en la que basamos las predicciones para el presente y el futuro, porque la naturaleza humana tiene la costumbre de sentirse influida por la repetición de hechos y tiende a creer que lo que ha sucedido hasta el presente continuará sucediendo en el futuro. Hume, no obstante, mantiene que los razonamientos inductivos, si provienen de observaciones regulares y uniformes al curso de la naturaleza, constituyen auténticas pruebas que no permiten una duda razonable y distingue entre demostraciones, pruebas y probabilidades; aquéllas son los razonamientos por relaciones de ideas, mientras que la diferencia entre las dos últimas consiste en si la conjunción que se manifiesta entre dos acontecimientos puede considerarse constante o simplemente variable. Lo que sostiene Hume definitivamente, frente a las pretensiones del racionalismo, es que el conocimiento de la naturaleza debe fundarse exclusivamente en las impresiones que de ella tenemos. De esta conclusión, en sentido estricto, se deriva el fenomenismo y el escepticismo: el hombre no puede conocer o saber nada del universo; sólo conoce sus propias impresiones e ideas y las relaciones que establece entre ellas por hábito, costumbre, principio de asociación o sentimiento de la mente. No hay impresión alguna que corresponda a «cuerpo» o a «objeto material», y mucho menos a «yo», «mundo», «causalidad», «sustancia»; todo lo que el hombre sabe, por discurso racional, acerca del universo se debe única y exclusivamente a la creencia, que es una especie de sentimiento no racional.

Los poderes de la razón son, pues, sumamente limitados. Sobre cuestiones de hecho, no tenemos auténtico conocimiento; sólo la regularidad de los fenómenos nos hace creer en conexiones necesarias. No obstante, las creencias religiosas no se explican por la regularidad de los fenómenos, puesto que varían de religión a religión; se fundamentan en muy diversas causas, como son la ignorancia, el temor, la esperanza y hasta la manipulación de todas estas cosas con vistas a mantener el poder. En modo alguno la creencia religiosa se fundamenta en el razonamiento, más bien quien tiene fe experimenta en sí mismo la determinación de creer lo más opuesto a la costumbre y a la experiencia. Contra quienes creen que la religión es el sostén de la moral, Hume emprende la tarea de someter a revisión las creencias morales en su Ensayo sobre los principios de la moral, para precisar que también ellas, igual que las leyes de la naturaleza, se sustentan en la experiencia universal. Desarrollando ideas de Francis Hutcheson (1694-1747) y Joseph Butler (1692-1762), Hume funda la moral en el sentimiento universal de los hombres de hacerse la vida agradable. Los hombres desean actuar moralmente porque la vida buena produce satisfacción y placer, mientras que la vida deshonrosa produce insatisfacción y malestar. Éstas son cualidades de la naturaleza humana y en todas partes los hombres se conducen con idénticos criterios. Según Hume, son cuestiones de hecho no descubiertas por la razón humana, sino por el sentimiento. Pero, además, el hombre no tiende sólo individualmente a su felicidad, de una manera hedonista y egoísta, sino que, por ser capaz de compasión (o simpatía) sintoniza con la felicidad y el malestar de los demás, que es capaz de percibir como propios. Por eso la moral de Hume tiene una perspectiva social muy parecida a la del utilitarismo inglés. De esta regularidad de sentimientos morales nacen las diversas creencias morales; aprobamos lo que es agradable y desaprobamos lo que es desagradable: y en esto consiste el sentimiento moral y a lo primero llamamos bien y a lo segundo mal. La razón no tiene aquí otra función que la de discernir las consecuencias sociales de los actos llamados morales.
[1] Pasó la mayor parte de su infancia en Ninewells, en una finca de la familia, cerca de Berwick. Siendo de familia acomodada aunque no rica, debió trabajar tempranamente para complementar su mediana renta.
Claro, uno supone que fue a la universidad como dice el texto principal, pero ¿de los 11 a los 15 años? Eso no es frecuente. Pronto, desencantado del Derecho, regresaría a Ninewells a desarrollar su propio programa autodidacta de estudios predilectos.
[2] Donde se benefició enormemente de la copiosa bibliografía de la biblioteca jesuita. En 1737 regresa a Inglaterra.
[3] Treatise of Human Nature.
[4] Philosophical Essays concerning Human Understanding.
[5] Dialogues concerning Natural Religion.

Ediciones 2011-12-13
Ver también: Karl Popper

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