Mesolitico y neolitico:religión-mitos-creencias-divinidades-muerte-fecundidad

Mesolítico y neolítico: religión- mitos- creencias- divinidades- muerte- fecundidad.
Veamos algo sobre ella religión durante el mesolítico y el neolítico.
Durante el mesolítico (o Edad de la piedra media, del 19.000 al 8.350 antes de nuestra era), habiendo acabado las glaciaciones y ensanchándose los bosques, con la consecuente extensión del hábitat de los animales herbívoros (entre ellos los mamíferos medianos y pequeños) que alimentaron al hombre, este debió volverse al nomadismo, perfeccionando sus instrumentos de caza, generalizándose el arco y la flecha, desplazando al arpón. 

La recolección de moluscos, frutas y nueces adquiere protagonismo. Llegado el neolítico, Nueva Edad de Piedra, se adquiere una nueva técnica para trabajar la piedra, puliendo -con arena humedecida-, perforando y aserrando la misma. Es el periodo prehistórico del ser humano.
El hombre neolítico, al contemplar la bóveda celeste experimenta un éxtasis religioso, asimilando trascendencia, fuerza y un inamovible carácter sagrado; el cielo es lo infinito, lo absoluto, la perennidad. El estar por encima del humano le otorga poder, demostrado entre otras formas por medio del germen fecundo (creador) de la lluvia. A continuación se deduce que todo lo que pueda suceder en el espacio (tormentas, rayos, meteoritos, auroras, ocasos) tiene un hondo significado místico para el hombre en sus estructuras más primitivas, afectando su presente pero condicionando su futuro. Esa divinidad celeste, lo vería y controlaría todo; sería el fundamento, autor y administrador de los ritmos cósmicos.

Estas religiones incipientes giraban en torno a conceptos como la muerte y la sepultura (animismo y culto a los muertos), esculturas femeninas con busto y caderas generosas, estatuas de la Diosa-madre, divinidades de la fertilidad con cabezas de animales (serpientes y dragones sobre todo), efigies de toro[1] con cabeza humana (el culto al toro estaba muy difundido en la cuenca mediterránea); aparecen los primeros santuarios y sacerdotes: los lugares de sacrificio de los cazadores se vuelven ahora grandes construcciones para el culto divino.

La Europa neolítica y el sector Sirio-palestino veneraban a la diosa madre, a quien se le consideraba inmortal, inmutable y omnipotente. Se le conocían amantes para extraerles placer, pero no para engendrar hijos (esta noción que asociaba relaciones heterosexuales con parto demoraría en establecerse), que se suponían procedían del viento. Es entonces la maternidad el principal misterio de esta divinidad prototípica y por derivación, el hogar. La luna[2] y el sol (en ese orden de prelación y precedencia) son sus símbolos celestiales. Pero así como se asociaban las tres fases de la luna a las etapas de desarrollo de la mujer (doncella, ninfa y vieja), el curso anual del sol traía a la memoria, con los cambios de estación, el proceso de desarrollo y disminución de las facultades físicas de los humanos. Este procedimiento analógico derivó en semejar la diosa madre con la madre tierra.

Estos rudimentarios cultos a la fecundidad, representaban en figuras femeninas, categóricamente importantes en su rol materno, en un estadio de desarrollo donde la mortalidad infantil alcanzaba niveles elevadísimos y el futuro, la supervivencia de la horda o el clan se veía amenazado. En general estas representaciones simbolizan a mujeres mayores, con el rostro disimulado pero con unos genitales exteriores descomunales y en avanzado estado de gestación.

El Matriarcado es progenitor del Patriarcado. La transición, a nivel mitológico se ha manejado por medio de la figura del «niño divino», que como hija o hijo, retoño de la gran madre, sería su acompañante y posteriormente la desplazaría de sus esferas de poder.
Este rol principal de la mujer será ostentado hasta tanto el sedentarismo sea la norma (cosa que en muchos sectores del mundo demoró bastante tiempo). Ella se ocupaba de la reproducción, de la alimentación y del vestido.
La pesca adquiere importancia, el hábitat se centraliza a la orilla de los ríos y de los lagos, perfeccionando el uso de la madera, construyendo balsas, etc.
La vida humana se empieza a sedentarizar, se crea e implementa el uso de la cerámica, el empleo de piedra pulimentada y se vislumbran los orígenes de la agricultura (los seres humanos pasan de ser simples recogedores a cultivadores; esto representaba un viraje cultural y económico para quienes su embarcaron en su desarrollo). A nivel artístico surge el primer cambio estilístico en la historia del arte: se pasó del naturalismo paleolítico a la abstracción neolítica (uso profuso de símbolos y signos). Este geometrismo muestra una tendencia hacia la organización unitaria y refleja una cosmovisión enfocada hacia el más allá.

Cuando ya se empieza a asociar el coito con los partos y se le concede al varón cierto protagonismo sexual, se le empiezan a delegar funciones religiosas, entre ellas, convertirse en el símbolo de la fertilidad (el amante de la reina debía morir sacrificado en una ceremonia anual y con su sangre se rociaban los campos). Pero en general a los hombres se les confiaba la recolección y caza de alimentos, el cuidado de los rebaños y la defensa militar del territorio. Delegar los cargos de liderazgo masculino implicaba generalmente la elección del hermano de la reina, su tío o su sobrino.

Bajo el preponderante influjo de las ideas lunares, la sacralidad de la mujer, los cultos a la tierra madre y a la fecundidad agraria y humana obtuvieron su estructuración formal. Y es muy posible que la agricultura haya sido descubierta por las mujeres, puesto que el varón, cazando o cuidando el rebaño, estaba generalmente ausente; en cambio las damas, teniendo tiempo y un sentido de observación desarrollado, percibían los fenómenos fertilizantes en la naturaleza y trataban de replicarlos. No es gratuito que con el transcurrir del tiempo la mujer se vuelva símbolo del surco, el falo se vuelva figura del arado[3] o azadón y la labranza un acto regenerador.

Al iniciar el ciclo fundador de ciudades, inicia lo que nosotros llamamos civilización, un término derivado del latín y que implica vida en las ciudades.
Es Jericó, aparentemente, la ciudad más antigua del mundo con vida comunal basada en la labranza (procesando cereales silvestres), haciendo transición hacia una sociedad agrícola, desde el año 11.000 aproximadamente. Quedaba al norte del Mar Muerto; entre los restos arqueológicos encontrados allí, se encontraron piedras de amolar y morteros. A nivel artístico allí se entrevén las primeras representaciones escultóricas: abundan los cráneos humanos (separados de sus cuerpos) con incrustaciones de conchas, cubiertos de arcilla y pintados de ocre, en una especie de ritual cúltico a los antepasados. Su población estimada era de unas 2.000 personas asentadas en 4 Hectáreas aproximadas de terreno. Poseía una muralla reforzada y una torre en el interior de la misma, abandonadas ambas entre el 8.300 y el 7.250, en el llamado Neolítico Pre-cerámico A, siendo un fenómeno único en este lapso de tiempo. Si era una ciudad fortificada (la primera), ¿porqué la torre se construyó dentro de la muralla y no al contrario, como lo hicieran las los sistemas de fortificación conocidos a partir del sexto milenio? Parece probable que la muralla se construyó para evitar que el asentamiento fuera sumergido en barro y agua, debido a su posición en la ladera. Se sabe que no poseían enemigos importantes como para ameritar la fortificación respectiva.»[4]


[1] Evoca la idea de potencia y de fogosidad irresistible, simboliza la fuerza creadora. Se vincula con el sol, por el fuego de su sangre y la radiación de su semen, pero también con la luna nueva (los cuernos del toro). Los cuernos dobles también simbolizarían dos lunas crecientes. Al toro también se le asoció con el sonido del trueno, similar a su mugido, y, con el huracán, ya que la lluvia fertiliza igual que su semen. Ambos representan así, la vital fuerza fecundante de la naturaleza. [2] Cuyos 28 días de duración en dar una órbita completa alrededor del sol emblematizaban un número sagrado y le permitían ser adorada como una mujer (por su coincidencia del flujo menstrual de ellas con las revoluciones de la luna). [3] Inicialmente se labraba con un palo puntiagudo y luego inventaron la azada. [4] Tomado de Ortiz H. Angel E. Fundamentos Culturales del Judaísmo I, páginas 29-33.
Ediciones 2017-18

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